jueves, 19 de mayo de 2016

Dominio

A mis hijos

Sabía que estaba soñando y dejé que la visión me atrapara con su realismo. En un anochecer corría por un descampado, sentía temor, me detuve aterrada frente a la aparición repentina de dos perros feroces de gran tamaño, uno blanco y el otro negro. Las bestias estaban dispuestas a devorarme, mis manos se estremecían en la cercanía de las fauces iracundas que amenazaban con morder. Inspiré y comencé a acariciar sus cabezas y la agresividad cesó.
Mis movimientos ahora estaban escoltados por estos demandantes fieles de mi atención amorosa.  Mis ojos buscaban un lugar donde poder librarme de ellos, una gente me señaló una morada que tenía un portón rústico de madera con tranca.  Con la ayuda de estas personas desconocidas logré rápidamente  traspasar el portal y nos encerramos. Los perros, que quedaron afuera, bufaban  e intentaban derribar la entrada. Era atemorizante, daban mucho miedo y como vi que iban a lograr tumbar el   madero, asentí que liberaran la tranca y los perros inmediatamente se me pusieron uno a cada lado enfurecidos.  Otra vez  me despojé de mi temor y los acaricié para calmarlos. 
Retomé el rumbo aceptando la compañía salvaje pero a la vez mansa, exigente pero la vez complaciente. Mis manos conectadas con sus pelambres se fusionaban en un pacto hechicero. La comunicación táctil irradiaba fortaleza y protección. Esta sensación poderosa se confirmó cuando fui sorprendida por un hombre con malas intenciones.  Los caninos con sus gruñidos intimidaron y espantaron al agresor. 
Ahora, la magia funcionaba a consciencia de trasmitir amor porque si acaso mi temor asomaba, ellos estaban dispuestos a devorarme.

Moraleja: 


En las luces y sombras que integran nuestro ser, la consciencia de que eres amor libera el miedo y te protege en el sendero de esta vida.  Si no enfrentas con la energía del amor los momentos variados de de la vida, el temor te aniquilará.



 Ilustración: Ana Carolina Maiztegui Croppi